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La verdadera anécdota del ingeniero, el dueño de la fábrica y los u$s 10000

La primera vez que conocí la anécdota fue en la universidad. Un buen profesor quería inculcarnos la importancia y el valor del saber, y nos contó una de las tantas variables, creo que aquella en donde el ingeniero cobra u$s 1.000.000 y se hablaba de u$s 1 para ajustar un tornillo y u$s 999.999 en saber qué tornillo ajustar.

Luego de esa charla, la escuché numerosas veces (como así también, lo leí en decenas de mails de esos que la gente mandaba antes que se conocían como «cadenas). Las distintas versiones varían respecto al monto y principalmente al tipo de «maniobra» que el ingeniero realiza. Pero siempre la conclusión era la misma: se cobraba el saber, no lo que se hacía.

Fueron tantas las versiones que había escuchado que por momentos sospeché que se trataba de un cuento urbano, pero por suerte fue Guillermo Reutemann quién compartió la traducción de la anécdota original, y en la misma, uno se entera que los personajes son nada menos que Charles Proteus Steinmetz y Henry Ford. Por éste último no voy a hacer la aclaración de quién es quién en la historia.

Pero vamos, seguro que hay alguno que nunca la leyó o escuchó, así que se las comparto:

«Ford, que sus ingenieros eléctricos no podían solucionar algunos problemas que estaban teniendo con un generador, llamó Steinmetz a la planta. Ni bien llegó, rechazó toda asistencia y pidió solamente por una lapicera, un anotador y un catre. Según Scott, Steinmetz escuchó el generador y garabateó cómputos en el anotador durante dos días y dos noches. En la segunda noche, pidió una escalera, se subió al generador e hizo una marca con tiza en el costado. Después le dijo a los escépticos ingenieros de Ford que remuevan la placa en la marca y reemplazen 16 embobinados de la bobina de campo. Lo hicieron, y el generador funcionó a la perfección.

Henry Ford estaba entusiasmado hasta que llegó la factura de General Electric con un monto de $10.000. Ford, reconoció el éxito de Steinmetz pero resistió el número. Entonces pidió una factura detallada.
Steinmetz respondió personálmente al pedido de Ford con lo siguiente:

– Hacer una marca con tiza en un generador: 1$
– Saber dónde hacer la marca: $9.999

Ford pagó la factura.»

Charles Proteus Steinmetz: un genio muy peculiar

Con un aspecto muy particular debido a problemas cómo enanismo, cifosis y subluxación de cadera (1) el Alemán-Americano (aunque nació en Prussia en 1865) a pesar de todos estos problemas físicos y las guerras que acosaron Europa al comienzo del siglo XX, este pequeño gran ingeniero no tuvo problemas en convertirse una de las más grandes mentes de su tiempo.

Steinmetz fue el creador detrás de numerosas teorías, patentes y mejoras en el – por entonces – mundo completamente nuevo que significaba la corriente eléctrica alterna. Sus principales contribuciones hacia esta rama de la ingeniería fueron numerosos estudios e implementaciones sobre la histérisis magnética, lo que derivó en los primeros transformadores de energía. De hecho, la empresa que contrató a Charles ni bien llegó a Estados Unidos, Rudolf Eickemeyer, fue rápidamente comprada por General Electric cuando comenzó a mostrar avances en la fabricación de este tipo de dispositivos que son tan comunes hoy en día.

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Steinmetz al centro (con un traje muy claro para la época). A su derecha, Albert Einstein

Pero no solo eran teorías, ideas y cálculos en la vida de Steinmetz. Cuando trabajaba en GE, seguramente con mucho dinero y un gran puesto debido a sus patentes, este pequeño alemán era una persona muy divertida y querida por sus colegas, a los que convertía en amigos y ellos a él cómo parte de sus familias. Es curioso notar que sus excentricidades pasaban de salir en todas las fotos fumando un puro o de tener mascotas absolutamente extrañas, incluso para la actualidad.

Agnóstico, y creyente que el socialismo era la única solución para la vida en sociedad (salvo en Estados Unidos donde el gobierno era extremadamente fuerte), Steinmetz es, quizás, una de las grandes mentes que se nutrió del legado de Nikola Tesla en lo que respecta a Corriente Alterna y pudo resolver muchos de los problemas que se encontraron en el camino hacia la masificación de la misma tanto en la industria como en los hogares. Quizás, la anécdota de su persona solucionándole el problema al mismísimo Henry Ford sea una de las mejores formas de resumir su genio y personalidad, en una historia que seguirá vigente – variaciones mediante – por los siglos venideros.

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Hay una lágrima sobre el teléfono

Cámara de fotos, filmadora, brújula, mapa, radio portátil, televisor, agenda, reloj y más: como todo esto funciona el teléfono aunque, paradójicamente pero acaso con el anhelo de retener aunque sea algo de su esencia, le seguimos diciendo teléfono. Pero también funciona como telégrafo, cuando intercambiamos mensajes escritos; como contestador automático, para dejar mensajes grabados; o como walkie-talkie, al enviar alternadamente mensajes de voz. En su ensayo ¿Hola?, recién publicado acá, el pensador Martín Kohan analiza esta tara de época: la involución del milagro mayor del teléfono, hablar en vivo y en directo con otro aunque el otro no esté aquí, y su reemplazo por modos de comunicación más primitivos. Cambio y fuera.

 

La extinción de un tipo de conversación: con la muerte del teléfono fijo desaparece una manera de hablar.

 

Entre todas las cosas que me maravillaron de México, país al que tuve que viajar bastante seguido por trabajo, una de las más entrañables es su manera de atender el teléfono: “¿bueno?”, así entre signos de interrogación, como también alguien dice “¿mande?” o “¿diga?”, pero la forma más frecuente es la que da título al libro. “Es un uso muy específico del ‘hola’ que no corresponde a la función de saludo”, me dice Kohan durante una entrevista (realizada, claro: por teléfono): “Si había una dificultad en la línea uno volvía a decir ‘¿hola?’ y la palabra ya no se estaba usando para saludar sino para corroborar que el teléfono funcionara bien y era el último resto de asombro ante el prodigio de que semejante cosa podía estar ocurriendo”. Ese milagro es el de la comunicación a distancia, que fundó un género de conversación que no existía hasta su invención porque no se habla igual cara a cara que por teléfono (para Kohan, un sucedáneo de la confesión religiosa o el diván psicoanalítico). Todo un modo original de relación social y su forma inédita de privacidad hoy están desapareciendo. “Del teléfono parece haber quedado solamente la palabra porque usamos el aparato para una infinidad de cosas menos para hablar por teléfono”, compara y en su libro destila un gesto de anticipación melancólica por aquello que se pierde: intercambiar mensajes de texto o grabaciones de audio no es conversar.

 

¡Teléfono descompuesto! El empeño nominalista de seguir llamándolo teléfono delata la voluntad de mantener algo del orden de lo sagrado. En su réquiem textual, Kohan lamenta el tránsito del aparato fijo al móvil porque, aun con la ventaja incomparable de la portabilidad, se extingue un tipo de conversación que nació al calor de una tecnología revolucionaria y hoy languidece como charla de velorio: hay una lágrima sobre el teléfono.

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